"Virgen del Tramonto", Basílica de San Francisco (Asís) |
Es por ello que podemos ponernos en sus manos si estamos descubriendo en nuestra vida la llamada de Dios que nos invita a encaminarnos por la senda del sacerdocio ministerial o de la vida consagrada. A Ella, Virgen valiente y fiel, podemos pedirle que custodie hasta el más pequeño germen de vocación en nuestro corazón. Y que arranque de él el miedo a pronunciar con alegría nuestro “sí”, nuestro “aquí estoy” humilde y decidido al Señor.
San Francisco de Asís, como nos recuerda su primer biógrafo, “rodeaba de amor indecible a la Madre del Señor Jesús, por haber hecho hermano nuestro al Señor de la majestad. En su honor cantaba alabanzas especiales, le dirigía oraciones y le ofrecía afectos tantos y tales que ninguna lengua humana puede expresar. Quiso constituirla protectora de la Orden y puso bajo su manto a los hijos que estaba para dejar, para que encontrasen en ella calor y protección, hasta el final” (Tomás de Celano, Vida segunda 198).
Francisco contempla con estupor a María, porque ha realizado lo que él mismo desea apasionadamente: llevar siempre consigo a Cristo, convertirse en su digna morada, adorar con reconocimiento el misterio de la Palabra del Padre que se hace hombre, engendrarlo en la propia vida y ofrecerlo humildemente a los hermanos y a toda criatura.
La profunda devoción del Santo de Asís por la Madre del Señor es evidente desde la época de su conversión: el joven caballero Bernardo de Quintavalle, que lo hospedó algunas veces en su casa y se convirtió, después, en el primer y más fiel compañero de Francisco, observando su comportamiento, “lo veía pasar las noches en oración, durmiendo poquísimo y alabando al Señor y a la gloriosa Virgen su Madre” (Tomás de Celano, Vida segunda 24).
La profunda devoción del Santo de Asís por la Madre del Señor es evidente desde la época de su conversión: el joven caballero Bernardo de Quintavalle, que lo hospedó algunas veces en su casa y se convirtió, después, en el primer y más fiel compañero de Francisco, observando su comportamiento, “lo veía pasar las noches en oración, durmiendo poquísimo y alabando al Señor y a la gloriosa Virgen su Madre” (Tomás de Celano, Vida segunda 24).
Su amor especial por la Madre del Señor se manifiesta también en la elección de la Porciúncula, “una iglesita dedicada a la Virgen: una construcción antigua, pero entonces del todo descuidada y abandonada. Cuando el hombre de Dios la vio tan abandonada, empujado por su fervorosa devoción por la Reina del mundo, puso allí su morada, con intención de repararla” (San Buenaventura, Leyenda mayor II, 8).
Una característica de María que llenaba de alegría a Francisco y lo hacía especialmente devoto de ella era su maternal misericordia; es ella, “la Madre de la misericordia”, la que obtiene para Francisco la gracia de su vocación; a ella, “Reina de misericordia”, invita el Santo a dirigirle oraciones en las dificultades (Tomás de Celano, Tratado de los milagros 106). Pero, sobre todo, la misericordia de María se manifiesta con ocasión de la concesión del “Perdón de Asís”, episodio que marca el triunfo de la misericordia de Dios y de la atenta intercesión de la Madre.
Escribiendo sus últimas voluntades a Clara, afirma con sencillez y convicción: “Yo, el hermano Francisco pequeñuelo, quiero seguir la vida y pobreza del altísimo Señor nuestro Jesucristo y de su Santísima Madre, y perseverar en ella hasta el final”. Por eso, para san Francisco, la Virgen María no es solamente una obra maestra de la gracia para contemplar, sino, sobre todo, un modelo de fe y un estilo de vida creyente.
“Nuestra confianza en la intercesión eficaz de la Madre de Dios y nuestra gratitud por la ayuda que experimentamos continuamente quieren ayudarnos a comprender la amplitud y profundidad de nuestra vocación cristiana. María quiere hacernos comprender con maternal delicadeza que toda nuestra vida debe ser una respuesta al amor rico en misericordia de nuestro Dios. Como si nos dijera: Entiende que Dios, que es la fuente de todo bien y no quiere otra cosa que tu verdadera felicidad, tiene el derecho de exigirte una vida que se abandone totalmente y con alegría a su voluntad, y se esfuerce en que los otros hagan lo mismo. “Donde está Dios, allí hay futuro”. En efecto: donde dejamos que el amor de Dios actúe totalmente sobre nuestra vida y en nuestra vida, allí se abre el cielo. Allí, es posible plasmar el presente, de modo que se ajuste cada vez más a la Buena Noticia de nuestro Señor Jesucristo. Allí, las pequeñas cosas de la vida cotidiana alcanzan su sentido y los grandes problemas encuentran su solución” (Benedicto XVI).
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Reina de los ángeles, Basílica de San Francisco (Asís) |
Salve, Señora, santa Reina,
santa Madre de Dios, María,
que eres virgen hecha iglesia
y elegida por el santísimo Padre del cielo,
consagrada con su santísimo Hijo amado
y el Espíritu Santo Paráclito,
en la cual estuvo y está toda la plenitud
de la gracia y todo bien.
Salve, palacio suyo;
salve, tabernáculo suyo;
salve, casa suya.
que eres virgen hecha iglesia
y elegida por el santísimo Padre del cielo,
consagrada con su santísimo Hijo amado
y el Espíritu Santo Paráclito,
en la cual estuvo y está toda la plenitud
de la gracia y todo bien.
Salve, palacio suyo;
salve, tabernáculo suyo;
salve, casa suya.
Salve, vestidura suya;
salve, esclava suya;
salve, Madre suya.
salve, esclava suya;
salve, Madre suya.
San Francisco, Saludo a la Virgen María