Toda la vida de san Francisco, si se le presta atención, acontece bajo la guía del Espíritu Santo. Casi cada capítulo de su vida se abre con la observación: “Francisco movido o inspirado por el Espíritu Santo, fue, dijo, hizo…”. Hay algo que permanece inmutable desde san Francisco hasta nosotros, sean cuales sean los cambios históricos y sociales: el Espíritu del Señor.
Una inmensa cantidad de signos anunciadores de nuevos tiempos nos estimulan y provocan hoy en día; nos corresponde a nosotros, como a san Francisco, convertirlos en posibilidades de una vida renovada, iluminándolos con nuestra fe, que es confianza, adhesión y decisión en el Señor.
Lo contrario es el miedo, la desconfianza y la parálisis que nacen en nosotros cuando nos apoyamos sólo en nuestras propias fuerzas y posibilidades, cuando nuestros horizontes no van más allá de nuestras preocupaciones de supervivencia, cuando nos parece que todo ha de pasar por nuestros esquemas. Si somos capaces de librarnos de estas insidias, tendremos la audacia de emprender nuevos senderos, no trazados ni evidentes, como hizo san Francisco, pues cuando confiamos en el Señor tenemos la certeza de que en Él y con Él todo es posible.
¡Ven, Espíritu Santo! ¡Ven y llena nuestros corazones con el fuego de tu amor!