4 de abril de 2021

SAN FRANCISCO Y LA ALEGRÍA DE PASCUA


Cuando san Francisco habla del gran misterio de la resurrección de Cristo, solo le sale un sinfín de palabras que expresan júbilo, alegría, alabanza, canto, conmoción, danza, ofrecimiento, etc. Es la profundidad de su experiencia de la resurrección del Señor lo que expresan todas estas palabras, tomadas en su mayoría de la Escritura y de la liturgia, hiladas por la fe y el amor en el corazón de un hombre profundamente creyente. De un hombre vaciado de sí. De un hombre que ha mirado mucho al Cristo pobre y humillado. De un hombre que, casi al final de su vida, podrá decir: “Me sé de memoria a Cristo crucificado”. De un hombre que ha abrazado y curado con ternura el cuerpo “crucificado” de los hermanos leprosos…

Esta alegría, este júbilo, este canto de alabanza… son verdaderos porque han pasado por la experiencia de la cruz y son fruto de la resurrección. ¡Ni el mundo ni ningún revés de la vida se los podrán quitar! San Francisco fue aprendiendo que las alegrías que no nacen de la cruz, ¡con todo lo que esto significa!, son como fuegos artificiales, duran lo que duran, se van desvaneciendo poco a poco. De ahí que pida a sus hermanos con insistencia: “Decid entre las gentes que el Señor reinó desde el madero”.

En esta Pascua de resurrección “anclemos” nuestra esperanza y la fuente de nuestra alegría a la cruz de Cristo, árbol de vida. Dejemos que esta fuente riegue nuestras esperanzas y alegrías más pequeñas, las de cada día, para que las hagas más verdaderas, las ensanche y las purifique.

¡A CRISTO QUE VIVE Y NOS QUIERE VIVOS GLORIA Y ALABANZA!
¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN!

9 de marzo de 2021

EL CORAZÓN VUELTO HACIA DIOS

Con esta expresión, "tener el corazón vuelto hacia Dios", entendía san Francisco lo que hoy nosotros llamamos conversión. Volver nuestra mirada, sí. La de los ojos y la del corazón. Porque tantas veces anda perdida o demasiado centrada en nuestro ombligo. Volver nuestra mirada, sí. Porque, más que en las palabras o en los gestos el encuentro con Él se da en la mirada. En la Suya y en la nuestra. 

Cuentan los biógrafos que el joven Francisco, al comienzo de camino de conversión, buscaba la soledad y el silencio de la ermita de san Damián. Fue en ese lugar donde aprendió a fijar su mirada en el Crucificado que presidía el ábside de la pequeña iglesia en ruinas. Al calor de su mirada, misericordiosa, sumergido en la profundidad de aquellos ojos grandes y penetrantes, descubrió su vocación. Una voz le invitaba a entregar su vida por la Iglesia de Dios que debía ser reparada y restaurada sobre su único y seguro fundamento que es Cristo, pobre y humilde. Él fue fue quien enseñó a Francisco a mirarse a sí mismo y a mirar el mundo con ojos nuevos.

En esta Cuaresma, mira mucho a Jesús...
Pídele que te enseñe a mirar con sus ojos...

Cuando san Francisco oraba en selvas y soledades, llenaba de gemidos los bosques, bañaba el suelo en lágrimas, se golpeaba el pecho con la mano, y allí hablaba muchas veces con su Señor. Allí respondía al Juez, oraba al Padre, conversaba con el Amigo, se deleitaba con el Esposo. Meditaba muchas veces en su interior sin mover los labios, e, interiorizando todo lo externo, elevaba su espíritu a los cielos. Así, hecho todo él no ya sólo orante, sino oración, enderezaba todo en él -mirada y afectos- hacia lo único que buscaba en el Señor (2Celano 95).