Cuando fueron llevabas desde Marruecos las reliquias de los primeros mártires franciscanos (Berardo y compañeros), se divulgaron por los reinos de España los muchos milagros que Dios hacía por sus méritos. Oyendo el siervo de Dios Antonio, canónigo regular de san Agustín, los milagros que por ellos se obraban, se confirmaba en la fortaleza del Espíritu Santo, haciéndose más firme su fe. Decía en su corazón: ¡Oh, si el Altísimo quisiera hacerme partícipe de la corona de sus santos mártires! ¡Oh, si pudiera ofrecer mi vida por Cristo!
Habitaban entonces no lejos de la ciudad de Coimbra, en un lugar que se llama San Antonio dos Olivais, algunos frailes menores, los cuales, según la regla de su Orden, iban frecuentemente a pedir limosna al monasterio donde moraba el siervo de Dios Antonio.
Acercándose un día a ellos, como tenía por costumbre, para saludarlos, les dijo: “Hermanos, de buena gana recibiría vuestro hábito, si me prometéis que, una vez aceptado entre vosotros, me enviaréis a tierra de misión, para poder así yo también merecer ser hecho partícipe de la corona junto con los santos mártires”. Volvieron los frailes gozosos al convento, y quedó el siervo de Dios Antonio para pedir licencia al abad del monasterio donde residía sobre lo tratado. A duras penas, y a fuerza de ruegos, pudo recibir la licencia de su abad para vestir el hábito de los menores. No olvidados de la promesa, llegaron los frailes de buena mañana, según lo convenido, y vistieron con premura al siervo de Dios el hábito franciscano en el convento.
Apenas concluido el rito de admisión, se acercó uno de sus antiguos hermanos, de los canónigos regulares, y con amargura de corazón, le dijo: “Vete, vete, que serás santo”. El siervo de Dios Antonio, volviéndose a él, le respondió humildemente: “Cuando oigas que soy santo, alabarás al Señor”.
Oración: Padre santo, dueño de la mies y de los sembrados, por intercesión de san Antonio de Padua, te pedimos que llames a nuevos jóvenes que estén dispuestos a entregar su vida por el Evangelio de tu Hijo Jesucristo, en la Orden Franciscana. Amén.
Habitaban entonces no lejos de la ciudad de Coimbra, en un lugar que se llama San Antonio dos Olivais, algunos frailes menores, los cuales, según la regla de su Orden, iban frecuentemente a pedir limosna al monasterio donde moraba el siervo de Dios Antonio.
Acercándose un día a ellos, como tenía por costumbre, para saludarlos, les dijo: “Hermanos, de buena gana recibiría vuestro hábito, si me prometéis que, una vez aceptado entre vosotros, me enviaréis a tierra de misión, para poder así yo también merecer ser hecho partícipe de la corona junto con los santos mártires”. Volvieron los frailes gozosos al convento, y quedó el siervo de Dios Antonio para pedir licencia al abad del monasterio donde residía sobre lo tratado. A duras penas, y a fuerza de ruegos, pudo recibir la licencia de su abad para vestir el hábito de los menores. No olvidados de la promesa, llegaron los frailes de buena mañana, según lo convenido, y vistieron con premura al siervo de Dios el hábito franciscano en el convento.
Apenas concluido el rito de admisión, se acercó uno de sus antiguos hermanos, de los canónigos regulares, y con amargura de corazón, le dijo: “Vete, vete, que serás santo”. El siervo de Dios Antonio, volviéndose a él, le respondió humildemente: “Cuando oigas que soy santo, alabarás al Señor”.
Oración: Padre santo, dueño de la mies y de los sembrados, por intercesión de san Antonio de Padua, te pedimos que llames a nuevos jóvenes que estén dispuestos a entregar su vida por el Evangelio de tu Hijo Jesucristo, en la Orden Franciscana. Amén.
Coimbra (Portugal), Iglesia de San Antonio donde el joven canónigo Fernando Martins fue acogido en la Orden de los Menores y tomó el nombre de fray Antonio (OFM Conv.-Portugal) |