14 de julio de 2018

LA VOCACIÓN: UNA EXPERIENCIA DE ENCUENTRO


Toda vocación nace del encuentro con Cristo, del diálogo con Él. Ya sea que una vocación madure de forma gradual, lenta, a través de etapas jalonadas en el tiempo, como sucede más generalmente; ya sea que la gracia del Señor golpee casi repentinamente, sobre un nuevo «camino de Damasco», como un chispazo, como una experiencia imprevista, que después se va precisando en el tiempo, la vocación es siempre y en cualquier caso una experiencia «de encuentro»: la voz del Señor empieza a resonar con fuerza en el corazón de una persona y la interpela, la invita y solicita una respuesta. Este encuentro (o encuentros) suele ir acompañado por una búsqueda de silencio y de lugares solitarios; de una o varias preguntas que resuenan insistentemente interiormente; de una “humilde certeza”, de una palabra o de una luz que te empuja a dar el paso, aun sin tenerlo todo claro. 

En la experiencia vocacional de san Francisco podemos descubrir cada uno de estos elementos: 

- La suya es, ante todo, la experiencia de una necesidad nueva y profunda de soledad y de silencio para reencontrar los susurros de aquella palabra que, en una noche llena de estrellas, por las calles de Asís, le había enamorado y trastornado y «de tanta dulzura había llenado su corazón, que ni siquiera podía ya hablar». Basta leer a Celano (1Cel 6) y la Leyenda de los Tres Compañeros (cap. III), para descubrir al joven Francisco que se encierra durante horas en una gruta: «Desde entonces, escondiéndose de la mirada de los hombres, se retiraba todos los días a hacer oración, atraído secretamente por dicha dulzura del corazón, la cual, visitándole cada vez con más frecuencia, lo invitaba a la oración, alejándolo de las plazas y de otros lugares públicos».

- Es también la experiencia de una insistente pregunta del corazón, aun antes que de los labios: «¿Qué quieres que haga...?» Una pregunta tan insistente y tan profundamente enraizada en el corazón de san Francisco que aflora hasta en sueños, en la noche de Espoleto: «¿Qué quieres que haga, Señor?» (Tres Compañeros 6).

- Y es, finalmente, la experiencia de la escucha de una Palabra que resuena en el silencio, delante del Crucifijo de San Damián: «Francisco, ve y repara mi casa...», a la que sigue una pronta respuesta: «Lo haré con gusto, Señor» (Tres Compañeros 13).

¡Habla, Señor, que tu siervo escucha!