26 de enero de 2019

EL TIEMPO DE LA VOCACIÓN


Cuando Dios llama, importa poco la edad, la experiencia, los títulos... Hace muchos siglos, Jeremías vivía en Anatot, un pueblecito cercano a Jerusalén, en la finca de sus padres, cuando fue llamado por Dios para ser profeta. El chico se resistía aduciendo que era demasiado joven y débil para este oficio tan importante, pero Dios le respondió: «No digas que eres demasiado joven o demasiado débil, porque Yo iré contigo y te ayudaré». ¿Qué más se puede pedir? Samuel, que llegaría a ser un gran profeta, recibió la llamada siendo aún niño y siempre le acompañó la gracia de Dios para realizar su vocación y cumplir su misión. 

San Alfonso María de Ligorio se decidió a los veintisiete, después de años de brillante ejercicio profesional; san Agustín se bautizó a los treinta y tres, después de una juventud bastante loca; y san Juan de Dios cambió de vida a los cuarenta y dos, tras una existencia aventurera. Dios llama cuando quiere y como quiere. Aunque también es cierto que su llamada suele llegar casi siempre en la adolescencia o en la juventud, como les ocurrió a san Francisco y a santa Clara.

Todos hemos escuchado alguna vez (o quizás también lo pensemos…) la cansina y socorrida cantinela de que «es demasiado joven para elegir ese camino», o que «ha de esperar a saber más de la vida», o que «ha de probar antes otras cosas, pensarlo bien y tenerlo muy claro». Sin embargo, la vocación no es programable: ¡El Señor llama cómo y cuándo quiere! Es cierto que somos nosotros los que libremente respondemos a su invitación, pero no es bueno imponer a Dios nuestro propio calendario. Con frecuencia, esta actitud es fruto de nuestros miedos e inseguridades... 

La llamada de Dios no es una “desgracia”, no nos hace perder nada, nada, absolutamente nada de lo que hace nuestra vida libre, bella y grande. Entonces, ¿por qué tener miedo? ¿Por qué pensar que Dios quiere “estropear” los mejores años de nuestra vida y por tanto hay que apurarlos al máximo? ¿Por qué seguir posponiendo la decisión que hace vibrar nuestro corazón, que nos hace soñar alto, que nos llena de una alegría sin comparación? Samuel, al final, con la ayuda del profeta Elí, respondió: "Habla, Señor, que tu siervo escucha". Y tú, ¿qué vas a responder?