28 de enero de 2019

QUIEN ARRIESGA POR CRISTO, SIEMPRE GANA

Querer tenerlo todo claro o esperar la confirmación decisiva y evidente por parte de Dios antes de tomar una decisión, son dos reacciones (normales) que podemos experimentar a lo largo del tiempo de búsqueda vocacional. El problema es que pueden convertirse en justificaciones que esconden un ansia de seguridad y el deseo de una certeza tal que nunca vamos a tener y que, por supuesto, no pedimos a Dios en otros asuntos. 

El Señor, llamándonos, no nos indica exactamente lo que tenemos que hacer. Eso nos lo irá revelando poco a poco, a través de signos, personas, experiencias, en la oración... Su llamada es ante todo un encuentro que ensancha nuestro deseo de dar la vida, de entregar lo que somos, de dejarlo todo por Él, porque hemos encontrado el amor más grande. No tengamos ninguna duda: ¡Dios nunca jugará con nosotros, confundiéndonos con su propuesta! 

Si nos abrimos a la confianza y decidimos ponernos en camino, paso a paso, entonces experimentaremos que el pequeño grano de mostaza de la primera intuición o certeza de su llamada, comienza a crecer porque es una semilla que posee una gran fuerza, despertando en nosotros energías insospechadas y una alegría hasta entonces desconocida. ¿Te ha pasado algo así? No lo dejes pasar... 

Todo sería mucho más fácil si nos fiáramos. Lo único que se nos pide es dar el primer paso. Luego, ¡Dios dirá! ¿Y si resulta que ese no era mi camino? ¿Y si me equivoco? No pasa nada. Podemos no acertar a la primera. ¡Les ha ocurrido a muchos santos! Dios no te pide que aciertes siempre, sino que aprendas a confiar en Él. Quien confía en Él nunca se equivoca. Quien arriesga por Él siempre gana. Lo triste sería no dar el paso, permanecer en la duda, dejarse paralizar por el miedo, huir una y otra vez, posponer la decisión, esperar a que todo esté claro como el agua...