Padre de las misericordias, te damos gracias y te bendecimos por nuestra madre y hermana santa Clara de Asís:
Ella, mujer de noble estirpe, no se dejó engañar por los honores y las falsas promesas de este mundo, sino que halló en tu Hijo Jesús, única y verdadera riqueza que no pasa, el tesoro de gracia que colma el corazón. De la mano de tu siervo Francisco descubrió que no es posible ambicionar la gloria en este mundo y después reinar en el cielo con Cristo.
Ella, mujer fuerte y valiente, no temió arriesgar su honor y su fama huyendo de la casa paterna, despreciando las comodidades de un palacio para vivir en un pobrísimo monasterio y entregar toda su vida a Cristo, el más hermoso de los hijos de los hombres, despreciado, golpeado, azotado de mil formas en todo su cuerpo y crucificado entre atroces dolores por nuestra salvación. Desde entonces, todo su empeño no fue otro que mirarle y contemplarle, con el único deseo de imitarlo.
Ella, mujer hecha oración, se dejó transformar por la Belleza sin igual del rostro de tu Hijo amado, contemplado en la asidua oración y celebrado con fervor en los sacramentos. Su corazón quedó totalmente conquistado por la pobreza del Niño colocado en el pesebre y envuelto en pañales, por la humildad, la pobreza bienaventurada y los múltiples trabajos y penalidades que soportó durante su ministerio y por la inefable caridad, a cuyo impulso quiso padecer en el leño de la cruz y morir.
Ella, mujer pobre y humilde tras los pasos de san Francisco, ¡mujer nueva del valle de Espoleto!, descubrió que de nada nos sirve ganar el mundo entero si perdemos nuestra alma. Ella, alma clarísima y reluciente, vivió una oscura «noche» de casi veintinueve años de enfermedad, en la que aprendió el significado de la palabra paciencia, haciendo la experiencia de un «Esposo» pobre y crucificado, «clavado en el leño de la cruz».
Ella, hermana y madre, cuidó con inefable caridad de la pequeña grey que Tú, oh Padre, quisiste engendrar en tu Iglesia santa con la palabra y ejemplo del bienaventurado Francisco, para seguir la pobreza y humildad de tu amado Hijo y de la gloriosa Virgen su Madre, un pueblo de hermanas pobres, nacidas del Espíritu Santo, para un único ideal: el seguimiento del santo Evangelio en pobreza y humildad.
En el día de su fiesta, te pedimos Altísimo Padre, por tu Hijo Jesús, que se ha hecho para nosotros camino, en el Espíritu Santo, que cuantos nos inspiramos en su testimonio luminoso de santidad, sigamos cada día con mayor autenticidad el Evangelio como norma de vida y aprendamos a vivir en pobreza y humildad, saliendo al encuentro de las necesidades de los hermanos, practicando con ellos la santa caridad y la entrañable misericordia. Amén.
Santa Clara de Asís, ¡ruega por nosotros!