A los veinte años de haberse unido totalmente a Cristo en el seguimiento de la vida y huellas de los apóstoles, el varón apostólico Francisco voló felicísimamente a Cristo, y, después de incontables trabajos, alcanzó el descanso eterno y fue presentado dignamente a la presencia del Señor. Uno de sus discípulos, célebre por su santidad, vio el alma del Santo que, como si fuera una estrella del tamaño de la luna, resplandeciente con claridades de sol y sostenida por una nubecita blanca entre aguas inmensas, ascendía derecha al cielo.
Había trabajado mucho en la viña del Señor: empeñado y fervoroso en oraciones, ayunos, vigilias, predicaciones y caminatas apostólicas; perseverante en el cuidado y compasión del prójimo y en el desprecio de sí mismo, desde el momento de su conversión hasta su tránsito a Cristo, a quien había amado de todo corazón, mantuvo continuamente vivo su recuerdo, le alabó con la boca y lo glorificó con sus obras. Tan de corazón y con tanto ardor amó a Dios, que, oyendo su nombre, se derretía interiormente y prorrumpía externamente, diciendo que el cielo y la tierra deberían inclinarse al nombre del Señor. (De la Leyenda de los Tres Compañeros 68ss).
¡FELIZ Y SANTA FIESTA DE NUESTRO PADRE SAN FRANCISCO DE ASÍS!