30 de noviembre de 2019

AQUÍ Y AHORA: NO DEJES PASAR LA VIDA


¿Habéis pensado alguna vez cómo continuaría la historia del “joven rico” del Evangelio? Jesús le invitó a dejarlo todo y seguirle. Pero él se asustó y se fue triste, porque "era muy rico". Hubo otros que sí le siguieron, que no dejaron pasar la oportunidad de su vida y fueron grandes apóstoles, grandes santos, con la ayuda de la gracia de Dios. Podemos suponer que, pasado el tiempo, a aquel joven le irían llegando noticias del Maestro. Unos dirían que era un impostor, otros que hacía milagros, que era un profeta. Más adelante le llegaría la noticia de que le habían crucificado...

Podemos imaginarnos que el personaje se ha hecho un poco más grande... Tiene la mirada perdida, como desvanecida en el silencio. Vive de nostalgias y de recuerdos, de lo que pudo ser y no fue. Hay algunos instantes de su vida que pesan en su alma como si fueran decenas de años. Y otros que no acaban de pasar nunca, como la mirada profunda de aquel Maestro de Galilea que "mirándole le amó". 

El tiempo ha pasado. Hace unos años, con motivo de la fiesta de pascua, le contaron que lo habían crucificado. Y respiró hondo. «Yo tenía razón: no era más que un visionario. Hice bien en no seguirle. ¡Qué locura hubiera sido echar por la borda todos mis bienes y mis proyectos!». Pero, sin saber por qué, la noticia le entristeció, como aquella tarde cuando volvió la espalda a la mirada del Maestro, llena de un amor nuevo, distinto. En su mente seguía fija la idea de que el Señor le llamó, y que si él no quiso seguirle fue por miedo a arriesgar, pero aquella llamada, aquella vocación seguía viva en su interior. Descubrió que su deseo de entrega, su deseo de Dios, seguía allí, en un repliegue del alma. Porque, durante años, casi sin advertirlo, aquella mirada y aquella sonrisa de Jesús le habían seguido acompañando.

Aquel hombre pudo haber sido un gran apóstol. ¡Cuántas almas pudo haber salvado! Jesús las veía a través de sus ojos. Y veía, detrás de esas almas, tantas y tantas otras. Pero aquel hombre dijo que no. El miedo quebró para siempre los planes de Dios. ¿Por qué? Cuenta el Evangelio que tenía muchas riquezas. Podemos imaginarnos lo que sería. Como mucho, unos campos, unas casas, unos caballos, unos mulos... Y por miedo a perder esas riquezas miserables abandonó a Dios hecho hombre, que le buscaba en lo mejor de su vida. Se entiende que Jesús hiciera aquella dolorosa reflexión, y que comentara entonces que es más fácil que pase un camello por el ojo de una aguja a que entren en el reino de Dios quienes estén apegados a sus seguridades, a sus propios proyectos... ¿Qué es todo eso en comparación con el Reino de los cielos, con servir a Cristo y participar de su gloria, con la vida eterna?

Señor: ¡vence nuestros miedos y resistencias!